domingo, 21 de abril de 2013

VERSIONA QUE ALGO QUEDA

Tras la lectura del El Lazarillo de Tormes, los alumnos de 3º ESO han recreado un capítulo nuevo del Lazarillo. Las condiciones que hemos puesto para la elaboración del capítulo fueron las siguinetes:
- Máximo una cara de un folio.
- El amo al que va a servir podía ser de su época (siglo XVI) o de la actualidad (para incorporar oficions nuevos y actuales)
- Se pueden incluir amos que pudo tener antes de ser aguador.
- Se debe imitar el estilo del libro.
Presentamos una breve selección de los capítulos elaborados por los alumnos:

Del pleito con el falso pregonero 

      Pese a que yo ya disfruto de mi trabajo, y la cuestión de mi mujer ya os quedó descrita por extenso, os quiero contar a Vuestra Merced una última anécdota que me aconteció un tiempo atrás para probaros de por fin que me he reformado y que vivo como cualquier otro buen hombre con su mujer. 

      Estaba yo ya trabajando como pregonero, cuando el Arcipreste me habló de que iba a llegar un nuevo vendedor de vinos con mucha fama en la zona, y que haría muy buen negocio si se los pregonaba. Con esas que cuando llegó fui a preguntarle, pero me dijo que primero quería mirar dónde aposentarse, pues iba a quedarse largo tiempo, y que más tarde acordaríamos lo que hubiese que acordar. Tal que le enseñé la posada y, como amante del licor que soy, tomé un par de tragos, tal vez más de la cuenta. Era ya tarde cuando pasé por la plaza, y oí a uno voceando. Me acerqué y era uno que había llegado con el de los vinos, y se los estaba pregonando. Resulta que como yo no aparecía, el que iba con él dijo saber algo de pregonar y le hizo un buen negocio. Yo, que iba medio dando tumbos, me puse como una fiera, y fui donde el Arcipreste viendo medio doble, que estaba en la Iglesia, y le pedí cuentas a voces sobre el falso pregonero, y me envió a mi casa alegando que no estaba del todo lúcido y que lo hablaríamos mañana; pero tal enfado y borrachera eran los que tenía que fui a la plaza y me planté delante del farsante, y la que se montó. Por todo esto, el vendedor que también era un trampas se recogió y se fue en mientras que duró la refriega. Por eso que ninguno de los dos, pregonero o no, acabamos viendo un céntimo. De ahí es que ahora cuando lo único que veo los vinos es para pregonarlos, y con esto queda claro que cualquier hombre, incluso con pasados como el mío, puede encontrar una vida mejor y una mujer tal que la mía.

(Irene Romo, 3º ESO F)

Cómo Lázaro se asentó con un pastor, y de lo que acaeció con él 
Dejando atrás a este amo, me alejé de Toledo y me dirigí hacia Aranjuez. Al llegar allí vi a lo lejos un rebaño de ovejas. Me moría de hambre, así pues me tiré al suelo y empecé a reptar hasta llegar cerca del rebaño. Como desde un principio había supuesto, del hombro del pastor colgaba un zurrón. Mientras este estaba distraído, metí la mano en el zurrón de tela. En ese mismo instante el pastor, al darse cuenta de que le estaba robando, alzó la mano y con una gran bofetada me desencajó la mandíbula. Tras unos minutos, él mismo me la recolocó. Luego me dijo. 

-Si quieres comer tendrás que trabajar, y por lo que observo buscas un amo, a partir de ahora estarás a mis órdenes. 

A la mañana siguiente yo ya estaba con una vara en la mano arreando a las ovejas. Como sabrá Vuestra Merced, un buen pastor ha de tener perros y mi amo no era menos. 

Yo nunca había tenido nada en contra de los perros, pero en esta ocasión les había cogido una gran manía, ya que debido a ellos, más bien, debido a mi amo yo pasaba mucha hambre, pues mi amo era egoísta y avaricioso tratándose sobre todo en temas de comida. 

Los restos de los alimentos que sobraban (cáscaras, huesos, pieles…) se lo daba de comer a los canes, mientras que a mí de vez en cuando me daba unos huesos ya roídos por los perros, que no tenían ni una pizca de sabor. En ocasiones yo intentaba mamar de las ubres de las ovejas, pero el pastor había enseñado a los perros a que si me acercaba demasiado a una de ellas debían morderme, y por esta razón no había llegado ni tan siquiera a oler la leche. Temiendo que el pastor mantuviera esta “dieta” por mucho tiempo decidí marcharme. 

Al cabo de un mes de haber abandonado al pastor, me enteré de que una jauría de lobos se había comido todas sus ovejas, y desde ese suceso ya no supe nada más sobre el pastor.
 (Alba Lorenzo López, 3º ESO F)

Lo que sucedió a Lázaro con un carpintero



Me topé con mi noveno amo mendigando por la calle principal de Toledo. Él llevaba mucha prisa, ya que, como supe más tarde, llegaba a una cita de trabajo. Se chocó contra mí, con tal mala fortuna que las monedas que yo poseía fueron a parar al alcantarillado de la ciudad. Observe “Vuestra merced” cómo en el mundo todavía quedan hombres bondadosos que, el noble carpintero arrepentido de haberme tirado los ahorros, me ofreció un trabajo como su aprendiz. De este noveno y último amo, tengo los mejores recuerdos de mi penosa vida hasta entonces, y a él le debo lo que soy. El carpintero, era un buen hombre. Jamás me pegó, bien podría ser que temía mi respuesta que, aunque harapiento, poseía la fuerza que te da la edad. Cobraba un sueldo pordiosero, pero tenía más dinero que el que mis sueños se habían atrevido a rozar. Después de trabajar con y para él más de dos años sin que ocurriera ninguna desgracia, me dijo:



  - Querido Lázaro, ya sabes que para mí siempre has sido como un hijo más, y que siempre serás bienvenido en mi casa, pero ya es hora de que pruebes suerte y te intentes abrir camino en la sociedad.



Yo, le hice caso y como puede ver, no me va mal. Conocí a mi esposa un tiempo más tarde y me casé al pronto, para no dar lugar a arrepentimientos.

(Gadea Gutiérrez Díez, 3º ESO F)

De cómo Lázaro sale escaldado por querer robar, pierde a su familia y acaba en busca de amo

Tras hartarme de cuchicheos y rumores decidí trasladarme a otra ciudad en busca de la fortuna. Había mucha competencia de pregoneros y los villanos, ya no me tomaban en serio. Entiéndalo Vuestra Merced que, tras ser abucheado por las calzadas mientras anunciaba nuevas y averiguar que mi mujer y el sacerdote al que cuidaba pasaban más tiempo juntos del habitual, hice un atillo con provisiones y al alba desperté a mi mujer y a nuestro hijico, que ya se andaba, para ir a otra villa en la que Dios no nos castigase.

Nuestro hijico, estaba muy espabilado. Tenía los ojos de su madre y el pelo y la nariz no eran míos ni tampoco de mi mujer. Las malas lenguas decían que ese crío era un bastardo pero yo hice oídos sordos. Tras persistir en ello los vecinos, tuve que ir casa por casa cuchillo en mano para que lo negasen y se proclamasen bastardos. Tras dos días de camino, se acabó el pan duro y tuve que pensar cómo no matar de hambre a mi hijo. El pobrecico tenía tanto hambre que se comía los mocos. Por allí pasaba un rebaño de ovejas más grande que el que luchó contra Don Quijote en pos de su amada Dulcinea. Las vi tan sabrosas que se me hizo la boca agua y cuando me estaba llevando una, la más gorda de todas, el pastor me dio con un palo y me dejó inconsciente. Cuando desperté estaba solo y pensé que habían secuestrado a mi esposa. Más tarde cuando llegué a esta tierra madrileña, rumores decían que el pastor de una villa cercana andaba viéndose con otra mujer en una casa que este la había supuestamente arrendado. Esa mujer tenía un hijo y venía de Toledo.

Vivo al día, comiendo sobras que ni los cerdos quieren, reviviendo mi infancia. Vuelvo a tener amo pero será por poco tiempo. Me iré pronto para que no me mate cuando vea el regalo que le he hecho a su mujer. Iré a la capital a ver si allí encuentro la cara a mi moneda.

(Inés Martínez Ortega 3º ESO F)

Lo que sucedió a Lázaro con un cocinero

Mi noveno amo fue un viejo cocinero desdentado, que poseía un local mugriento al final de una calle poco transitada. Al entrar a su servicio, me informó de mis futuros honorarios: al comenzar el mes recibiría un par de monedas, y se me estaban permitidas las sobras de los clientes, siempre y cuando las rescatara de los contenedores situados en la parte delantera del restaurante. Además, y dado que carecía de hogar, podía pasar las noches en un rincón de la cocina, junto a los fogones. Este amo fue el más generoso de todos, y con el que más tiempo estuve. Al principio me encargó el oficio de camarero. Mi única función era repartir las consumiciones entre los clientes y mantener limpia la cocina. Pero mi buena suerte me abandonó cuando mi amo me puso al mando de la cocina, un día que debía ausentarse. Mi única tarea era la de cocinar unas sopas de ajo y pimiento y servirlas. Como el pimiento lo había saboreado yo mismo la noche anterior, y no quería enfurecer a mi amo, decidí sustituirlo por guindillas, imaginando que el sabor no se notaría apenas. El susto que se llevaron los clientes aquel día, con la cara enrojecida y medio asfixiados, no fue nada comparado con el que me llevé yo cuando llegó mi desdichado amo. Él, siempre tan atento y generoso conmigo, me pegó tal paliza que tuve que huir del restaurante para no volver, y aún hoy me duele al recordarlo.
(Alejandra Ortega, 3º ESO F)

De cómo Lázaro entró a servir a unas monjas 

Me encontraba vagabundeando por las calles sin rumbo fijo. Me moría de hambre. De vez en cuando algún alma caritativa, me daba un trozo de pan duro o alguna fruta en estado de descomposición. Pero mi suerte estaba a punto de cambiar. 

La noche caía y me encontraba tirado en la entrada de una antigua iglesia. Unas monjas que por allí pasaban, compadecidas, me invitaron a irme a vivir con ellas a un monasterio en las afueras de la ciudad. Al no tener otra opción, acepté sin dudarlo. Tardamos unos diez minutos a paso ligero. Una vez allí, me asignaron una habitación no muy grande con una cama de paja y una ventana por la que entraban los últimos rayos de sol del día. Me dijeron que la cena estaría lista en media hora. Cené hasta saciarme y por fin pude dormir toda la noche. A la mañana siguiente me desperté sin esa sensación de hambre, que me había acompañado estas últimas semanas. Desayuné y las monjas me explicaron cuales iban a ser mis tareas. Debía ejercer como monaguillo en todas las misas, si quería que las monjas me mantuvieran. Mi maestra más cercana y la que se encargó de enseñarme todo lo necesario, se llamaba Sor María. 

Ese mismo día comencé mi labor. Partía el pan y preparaba el vino, pasaba el cestillo y me hacía cargo de colocar las ofrendas en el altar. Comía tres veces al día, descansaba lo necesario y lo más importante, me sentía feliz. 

Al mes de haber entrado a formar parte de esta casa de hermanas, Sor María decidió que debía aprender a leer, puesto que durante las misas había que leer sermones y diferentes cartas. Gracias a estas monjas, mi vida cambió por completo, comía, dormía y mi educación estaba avanzando a pasos agigantados. 

Hoy en día, solo me queda dar las gracias y esperar que a Vuestra Merced no le haya aburrido mucho con mi singular historia. 
(Mario Barriuso, 3º ESO C)

  

jueves, 24 de enero de 2013

CUENTO LI DE "EL CONDE LUCANOR" (CURSO 2012-2013)


EL LEÓN Y EL MOSQUITO

 Un día, hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo:

- Patronio, cierta vez me alié con un enemigo para resolver un problema que nos incumbía a los dos y salí victorioso. Ahora tengo un pequeño entresijo entre manos que solo recae sobre mí, pero mi enemigo se quiere aliar de nuevo conmigo para resolverlo. Por vuestra lealtad y buen entendimiento, os ruego que me aconsejéis lo que debo hacer en este caso.
- Señor Conde Lucanor-dijo Patronio- , este es un asunto algo entramado por varias razones pues es bastante raro que vuestro enemigo quiera ayudaros mostrandos todo su poder para este pequeño problema sin obtener, aparentemente, ningún beneficio.

Con todo, como me pedís mi opinión sobre este asunto tan entramado, me gustaría que supierais lo que le sucedió a un poderoso y feroz león con un pequeño e insignificante mosquito.

El Conde le pidió que se lo contara.

-Señor Conde- dijo Patronio-, cuando el rey de la sabana estaba descansando, un diminuto e insignificante mosquito vino a atormentar sus sueños. El león se enfureció y le mandó abandonar el lugar, pero el mosquito se opuso alegando que gobernaba a bueyes más fuertes y más grandes que él. El mosquito se abalanzó contra el lomo y después contra el cuello del león, quien enloquecido rugió con tal fiereza que todos los animales se escondieron. El mosquito se burlaba del león que tenía ya las patas ensangrentadas y se revolvía contra sí mismo, hasta que no pudo más y se abatió, agotado.
El insecto iba pregonando su victoria por todas partes, hasta que tropezó con una tela de araña, donde encontró su fin.

En cuanto a vos, señor Conde Lucanor, tened en cuéntale beneficio que se lleva vuestro enemigo si sale airoso de esta acción, o si no podría contratacarla y vos saldréis perjudicado.

Al Conde le gustó mucho este consejo que le dio Patronio, siguió sus enseñanzas y le fue muy bien.

Y como don Juan comprendió que este cuento era muy bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así:

                                   No existen problemas pequeños
                                   y el que ha salvado grandes peligros
                                   puede perecer por percances sin apenas verlos.
(Iné Martínez Ortega, 3º ESO F)

EL REY LEÓN

Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su criado y consejero:
-Patronio, hace muchos años que me fui de una propiedad que mi padre poseía en Toledo. Un familiar se hizo cargo del terreno, con el que no mantengo buenas relaciones. Ahora los campesinos se quejan del trato que les da su señor y quieren que yo me haga cargo de la situación. Y por el buen entendimiento que vos tenéis, os ruego que me digáis lo que debo hacer.
-Señor conde Lucanor- dijo Patronio- por lo que relata, este hecho se asemeja a lo que le aconteció a un rey león.
El conde le rogó que le contara lo ocurrido.
-Señor conde Lucanor- comenzó Patronio- Simba era un cachorro de león, sucesor al trono de la selva, algo que no le gusta a su tío Scar. Este, trama un plan para asesinar al padre de Simba y rey de la selva, Mufasa. Simba se cree el culpable de la muerte de su padre y huye durante años, dejando en el poder de su tío su reino. Años más tarde Simba, enfrentándose a su pasado, reclama su trono para devolver la vitalidad a su tierra. En la lucha final entre Simba y Scar, este confiesa ser el asesino de Mufasa y Simba le hace admitir su culpabilidad ante el resto de la manada. Simba asciende al trono y ejerce su puesto con justicia.
-Y vos, conde Lucanor, ya que me pedís consejo, este es: luchad por lo que os corresponde y mantenerlo en buen estado, aunque no seáis vos el que lo sostenga.
El conde Lucanor siguió este consejo y le fue bien y le gustó tanto que decidió ponerlo en este libro e hizo estos versos que dicen:

Lucha por lo que es tuyo, no como castigo,
hazlo por tu bien como regalo del destino.
(Gadea Gutiérrez de 3º ESO F)


EL LEÓN DON JUAN Y EL CORDERO PATRONIO

Un día, estaba el león Don Juan con su sirviente, el cordero Patronio.
Don Juan explicó a Patronio un problema que tenía de esta manera:

-Patronio, un enemigo me ha propuesto acudir a su manada para charlar amistosamente y resolver nuestras diferencias. Mi duda es si debería acudir o negar la invitación
-Señor, aún que usted es muy listo, si le sirve, le contestaré a su pregunta con una fábula de dos humanos que dice así:

Una vez, en un pequeño poblado, había dos hombres enfrentados. Uno de ellos decidió que era hora de matar a su enemigo, así que concertó con él una cita como “buenos amigos”. Pero su oponente, que era muy listo, intuyó sus propósitos y no acudió.

-Esto le salvó la vida-concluyó el cordero Patronio.
El león Don Juan siguió su consejo, y, como le fue bien, lo mandó copiar en este libro junto a estos dos versos:

Nunca se peca de prudente
si se es inteligente.
(Sara Contreras 3º ESO F)



LAS DOS FAMILIAS

Un día, el conde Lucanor dijo a su consejero:
            -Patronio, me han prometido un negocio y me han asegurado que sin esforzarme ganaré mucho dinero. Pero temo que me estén engañando. Os ruego, que me aconsejéis sobre lo que debo hacer.
            -Señor conde, me gustaría contarte lo que les pasó a dos familias hace mucho tiempo.
El conde le rogó que le dijese qué había sucedido a aquellas familias.
Señor conde, hubo una vez una familia, que durante el verano estaba trabajando bajo el ardiente sol. Sin embargo sus vecinos descansaban bajo la fresca sombra de un árbol. Uno de ellos les preguntó.
            -¿Por qué trabajáis tanto en un día tan caluroso?
            respondió.
            -¿Y pare qué tanta prisa? Aún queda mucho para el invierno. ¡Vaya tontería!-dijo.
            - Si ahora no hacéis nada más que perder el tiempo lo lamentaréis más tarde-replicó.
El verano  y el otoño pasaron rápidamente y llegó el frío invierno.
La familia que antes descansaba ahora no tenía que comer. Debilitados fueron a donde sus vecinos a pedirles comida.  A lo que les respondieron:
            -Ustedes se rieron de nosotros por trabajar un caluroso verano. ¿Por qué no siguen descansando ahora?
En cuanto a vos señor conde-dijo Patronio-aunque os lo juren, si no hacéis nada raro será que ganéis algo.
Al conde Lucanor le pareció que aquel consejo era bueno, así que lo siguió y le fue bien.
Y como don Juan entendió que este ejemplo era muy bueno ordenó que lo copiaran en este libro e hizo estos versos que dicen:

Para en el futuro provecho obtener,
En el presente algún esfuerzo debemos hacer.
(María Cuesta 3º ESO F)

LOS TRES CONSTRUCTORES

En cierta ocasión estaba el Conde Lucanor hablando en confianza con Patronio su consejero y le dijo:
            -Patronio, tres herreros se pelean entre ellos para poner las herraduras a mis caballos. Uno de ellos me ofrece su trabajo a un precio muy bajo, otro me ofrece un precio intermedio, y el último un precio muy alto.
El último herrero es el mejor de toda la comarca, pero como estamos en una mala situación económica, no sé si debería elegir al más barato.
            -Señor Conde Lucanor –dijo Patronio-yo sé una historia que le podría ayudar.
El Conde le pidió a Patronio que le contara la historia, y Patronio comenzó el relato:
            -Señor, había una vez tres constructores que decidieron hacerse una casa.
Uno de ellos eligió barro y paja para hacer su casa, tardó poco tiempo y la obra le salió barata. Otro escogió maderos y clavos, tuvo la casa acabada en dos semanas. El último decidió construir su casa con cemento y piedras, tardó más de un año en acabarla y gasto mucho dinero en ella.
Un día llegó un huracán, y derribó la casa de paja y la de madera, por su parte, la casa de cemento aguantó firmemente.
            -En cuanto a vos Señor Conde le he de hacer saber, que se ha de gastar dinero en cosas que valgan la pena. El Conde siguió el consejo de Patronio y le fue bien.
Y como a Don Juan le pareció que el ejemplo era muy bueno, lo mandó copiar en este libro y compuso estos versos que resumen la moraleja de la historia:

                                                     Si el dinero se va a gastar,
                                                     que sea en objetos de aprovechar.

                                                                                           (Alba Lorenzo López 3ºF)

LA LIBRE Y LA TORTUGA

Una vez hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo:

-Patronio, un amigo mío de mucha confianza, me propuso que despidiera a mis tres jornaleros, ya algo mayores, y le contratara a él, joven y fuerte. Añadía que él solo, trabajaría mis campos, cuidaría la ganadería y se encargaría del molino y además le sobraría tiempo para hacer leña para el invierno.

Entonces Patronio se acordó de una vieja fábula.

-Señor, este hombre pretende engañarle, así que te contaré esta fábula para que veas cuáles son sus intenciones.

El Conde rogó a Patronio que se lo contara.

-Había una vez una liebre muy orgullosa que decía que era la más veloz y se reía constantemente de la lenta tortuga. Un día la tortuga le propuso una carreta a la liebre, ella muy sorprendida y convencida de que iba a ganar aceptó. Llegó el día acordado y la liebre le dio ventaja a la tortuga, pensando que le iba a sobrar tiempo para ganar a la lerda tortuga. Comenzó a correr y cada vez que adelantaba a la tortuga descansaba y se burlaba de ella. A pesar de eso la tortuga siguió caminando sin detenerse. Muy confiada la liebre descansó debajo de un árbol y se quedó dormida mientras la tortuga llegó a la meta.

-En cuanto a vos señor conde, no debieras despedir a tus fieles trabajadores empleados porque tu amigo demuestra estar muy confiado y arrogante.

El Conde siguió su consejo y le fue bien.

Y como Don Juan creyó que este cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos que dicen:

Quien desprecie al compañero y presuma de sí mismo,
no lo tengas por amigo

(Lidia Pascual Navarro 3º ESO F)


LOS PASTELES Y LA MUELA

Cierto día, el Conde Lucanor hablaba con su consejero Patronio, y le dijo así:
    — Patronio, un importante noble de la comarca con el que mantuve pequeñas discusiones y enfrentamientos en el pasado, me ha propuesto un trato tan disparatado como irracional, con el fin de dejar de lado nuestro rencor mutuo. El trato se basa en que lucharemos por una vasta tierra suya. Si mi ejército gana, él me dará dicha propiedad. Sin embargo, está tan convencido de que vencerá, que afirma que solo presentará un cuarto de las tropas que yo mande a luchar, y eso me desconcierta. ¿Tan poderoso puede llegar a ser su ejército?
    — Señor Conde Lucanor, — dijo Patronio — preveo que lo que persigue ese hombre es matar dos pájaros de un tiro, es decir, que quiere deshacerse, por algún motivo que desconozco, de los “soldados” que envíe y a la vez de esa tierra suya. Algo parecido les sucedió a unos lacayos que intentaron burlarse de un humilde labrador.
            El Conde preguntó qué sucedió con los lacayos, a lo que Patronio respondió:
           
Señor Conde Lucanor, había un labrador que tenía enormes ganas de ver al Rey debido a que pensaba que este sería mucho más que un hombre así que decidió despedirse de su amo tras pedirle su sueldo.
            Durante el largo camino a la Corte, se le acabó todo el dinero, y cuando vio al Rey y comprobó que era un hombre como él, pensó: "Por ver un simple hombre he gastado todo mi dinero y solo me queda medio real ".
            Del enfado le empezó a doler una muela y con el dolor y el hambre que tenía no sabía qué hacer, pues si se sacaba la muela pagando el medio real, moriría de hambre, y si por el contrario lo empleaba en comer, le dolería la muela.
            Estaba meditando qué hacer, cuando, sin darse cuenta, se fue acercando al escaparate de una pastelería donde los ojos se le iban detrás de los pasteles.
            Vinieron a pasar por allí dos lacayos, que al verle tan embobado contemplando los pasteles, para burlarse de él, le preguntaron:
    — Villano, ¿cuántos pasteles te comerías de una vez?
A lo que el campesino respondió:
    — Tengo tanta hambre que me comería quinientos.
    — ¡Quinientos! ¡Eso no es posible! — exclamaron los lacayos.
    — ¿Os parecen muchos? Podéis apostar a que soy capaz de comerme mil pasteles.
    — ¿Qué apostarás? — preguntaron.
    — Que si no me los comiere me saquéis esta primera muela — dijo señalando la muela que le dolía.
            Estuvieron de acuerdo, por lo que el villano empezó a comer pasteles hasta que se hartó. Entonces paró y admitió su derrota.
            Los otros, muy regocijados y bromeando, llamaron a un barbero que le sacó la muela. Intentaron burlarse de él, mas el campesino destapó su burdo engaño y todos los presentes comenzaron a reír. Había llenado su estómago y a la vez se había deshecho de la dolorosa muela.
            Los lacayos, humillados, pagaron y se fueron.

    — En cuanto a vos, señor Conde Lucanor, — concluyó Patronio — más vale que seáis precavido, pues cualquier persona con dos dedos de frente se mostraría mucho más reservado a la hora de plantear tal compromiso. Por ello, debéis tener muy presente que lo más seguro es que se trate de un plan premeditado en vuestra contra.
            A Lucanor le pareció bueno el consejo de Patronio. Lo siguió y le fue bien.
            Y, como don Juan pensó que aquél era un buen ejemplo, ordenó copiarlo en este libro e hizo los versos que dicen:

Ante el que tratos descabellados lanza
más vale tener temple y desconfianza.
                                                                                                    (Diego Miguel Lozano, 3º ESO F)


EL REY MIDAS

En cierta ocasión, el Conde Lucanor hablaba con Patronio, su consejero, de esta manera: 

- Patronio, el hijo de mi hermano es un joven muy bueno, cariñoso y agradable. Sin embargo, todo lo que tiene le parece poco. Le gustaría tener un caballo más veloz, una casa más grande, una espada de bueno acero y una bolsa de monedas para gastar en el mercado. Sus padres le dan todo lo que necesita, pero aún así no le parece bastante. 

El caso es que me preocupa que mi sobrino de mayor pueda ser demasiado ambicioso, y me gustaría hablar con mi hermano sobre esto. Y como os tengo tanta confianza, querría que me aconsejarais sobre lo que debo hacer en este asunto. 

- Señor Conde – dijo Patronio -, para que hagáis lo que debéis, me gustaría mucho que supieseis lo que le pasó al rey Midas. 

El Conde preguntó qué le había sucedió al rey Midas, a lo que Patronio respondió: 

- Señor Conde, había un rey muy bueno que se llamaba Midas. Sólo tenía un defecto: quería tener para él todo el oro del mundo. Un día el rey Midas le hizo un favor a un dios y éste le dijo que le concedería lo que le pidiese. El rey, sin pensárselo dos veces, pidió que todo lo que tocase, se convirtiera en oro. El dios le advirtió de que este deseo podría causarle problemas, pero Midas no hizo caso. Cuando tuvo el don se puso muy contento, pero todo lo que tocaba, su ropa, su comida, hasta su hija, se convirtieron en oro. Era muy rico, pero de nada le servía no poder vertirse, comer o abrazar a su hija. 

Midas comprendió que la avaricia y la ambición no le habían causado más que problemas. 

- En cuanto a vos, señor Conde Lucanor – concluyó Patronio -, para evitar que su sobrino sea como el rey Midas, aconsejad a vuestro hermano para que le haga ver lo que verdaderamente tiene valor y merece la pena en esta vida. 

Al Conde le gustó el consejo, así que lo siguió y le fue bien. 

Y, viendo Don Juan que este ejemplo era bueno, mandó copiarlo en este libro e hizo estos versos que dicen: 

En esta vida tienes que apreciar 
Lo que tiene valor de verdad. 

(Raquel Bañuelos 3º ESO C)


DE LO QUE LE PASÓ A UNA CERILLERA

Otro día, el conde Lucanor le dijo a Patronio, su consejero:
-Patronio, desde hace tiempo me hallo sumergido en un proyecto con el que llevo soñando toda mi vida, y el cual me reportará grandes beneficios y una gran satisfacción. Pero al mismo tiempo temo que esta empresa me esté apartando de mis familiares y amigos, y que algunas relaciones pueden estar en peligro. Por eso necesito que me digáis si debo apartarme de estas ocupaciones o no.
El conde Lucanor le explicó a Patronio en qué consistía la empresa, a lo que Patronio respondió:
-Señor conde Lucanor, sé que hay otros que pueden aconsejaros mejor que yo. Pero ya que me lo habés pedido, me gustaría que conocierais la historia de la cerillera y sus fósforos.
El conde le suplicó que le contara qué le había ocurrido a aquella niña, y Patronio dijo:

Era la noche de San Silvestre, la última noche del año. Todo el mundo en la ciudad se apresuraba para llegar pronto a sus casas y refugiarse del frío y la nieve. Algunos llevaban regalos de Navidad. Tras los cristales ardía la leña en las chimeneas y había agradables aromas de los manjares preparados para la cena. En medio del ir y venir, una pequeña cerillera vendía fósforos para ganar algo con lo que comprar siquiera un pedazo de pan. -Compren fósforos, lo mejor para encender fuego. ¡Compren cerillas!- Pero la gente apenas escuchaba la débil voz y ninguno estaba dispuesto a sacar las manos de sus tibios bolsillos. Poco a poco, la noche se fue acercando y la calle quedó vacía. La cerillera comprendió que no conseguiría vender más fósforos. Contó las escasas ganancias y se percató de que no podía volver a casa sin llevar algo de alimento a su familia. Pensó que quizá sus padres se enfadarían porque no había podido recaudar más dinero, así que decidió esperar en la calle a que algún alma caritativa le comprara una mísera cerilla. Al fin y al cabo, en su casa hacía casi tanto frío como en la calle, pues había goteras y el viento se colaba entre las paredes. La cerillera sentía los dedos entumecidos y la nariz helada. Quiso encender una cerilla, el resto las vendería. Con mucho cuidado, encendió el fósforo y el callejón se iluminó, y la niña vio su casa llena de adornos navideños y de alfombras calentitas. Pero la cerilla se apagí y la ilusión desapareció. La cerillera encendió otro fósforo, y vio la mesa llena de manjares propios de los marqueses. Encendió una tercera cerilla y se vio a ella y a sus hermanos vestidos con suntuosos ropajes. Encendió una cuarta cerilla y vio a su querida abuela fallecida sentada en el viejo sillón. Pero la pequeña cerillera olvidó que todo aquello era una ilusión, y cuando la última de las cerillas se apagó, no quiso separarse de su cálida luz, y murió helada en la mañana de Navidad.

-En cuanto a usted, señor conde Lucanor- concluyó Patronio- aunque esa empresa sea muy importante para usted, y como bien me ha contado, puede reportarle grandes beneficios, si para llevarla a cabo debe apartarse de lo más importante y de sus seres queridos, es mejor que la abandone.
Al conde Lucanor le pareció que el consejo de Patronio era acertado, así que lo siguió y le fue bien.
Y como a don Juan le pareció que este ejemplo era muy bueno, le mandó copiar en este libro e hizo estos versos que dicen:
       
Siempre es bueno soñar,
pero nunca se debe olvidar la realidad.

Y estos otros que rezan:

Más importante que la fama y el dinero
son el amor y respeto de tus seres queridos.

(Alejandra Ortega Albillos, 3º ESO F)


DE LA IMPORTANCIA DE TRABAJAR BIEN

Patronio, ¿Puede venir un momento? - preguntó el Conde, - Querría comentarte una cosa.
- Decidme señor - respondió Patronio. - ¿Qué le ocurre?

- Verás Patronio, un amigo me ha ofrecido un trabajo que podría venirme bien para el futuro, pero no sé si aceptarlo porque ahora las cosas me van muy bien y me da cierta pereza. -dijo-

- Señor Conde, yo estoy seguro de que usted sabrá elegir la mejor opción pero me gustaría que escuchase lo que le pasó al Duque de Torremolinos. - comentó Patronio-

- ¿Qué la pasó al Duque, Patronio?

Verá: El Duque de Torremolinos era un hombre rico y perezoso, y tenia un buen negocio entre manos, que le haría pasar bien todo el verano, y él creía, que todo el invierno incluso.

Un día pasaba frente a la obra del nuevo puente y les gritó a los obreros: ¡Miraos, trabajando al sol todo el verano, mientras yo estoy tranquilo, con el dinero que ganaré con este negocio! - a lo que uno de ellos respondió: - Ándese con cuidado señor Duque, no vaya a ser que llegue el invierno y no tenga nada.-

El Duque pensó que el obrero acababa de decir una tontería, y pasó tranquilo el resto del verano.

A la llegada del invierno, el Duque ya no tenía dinero. Se había gastado todo y no había vuelto a trabajar.

Pasó frente a la posada donde tomaban el almuerzo los obreros y le dijeron; - Ya se lo advertimos señor Duque, nosotros que pasamos el verano trabajando ahora podemos pasar el invierno tranquilos, mientras que usted que se mofó de nosotros ahora no tiene con que comer.

- En cuanto a usted señor Conde - concluyó Patronio - no se deje llevar por la pereza y asegúrese un buen futuro antes de confiar en el dinero fácil.

Al conde Lucanor le gustó este cuento e hizo que lo escribieran en un libro añadiendo estos versos: 
El que trabaja día a día,
tiene asegurada la comida.

(Dana castro, 3º ESO F)


LA BELLA Y LA BESTIA
           
Un día estaba hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero y dijo así:
 
- Patronio, tengo que confesarte que el otro día me cité con un marqués que tiene una hija muy hermosa a la cual ha raptado un hombre feo y peludo como una bestia. Me pidió que rescatase a su hija de las manos de esa bestia. Y por la confianza que os tengo, os ruego que me digáis lo que debo hacer con este asunto.
 
- Señor Conde Lucanor- dijo Patronio- aunque teneís razón al preocuparos, para que hagaís lo mejor en este caso, me gustaría que supieseis lo que le ocurrió a Elvira.
 
            El Conde Lucanor preguntó qué le había sucedido a Elvira, y Patronio dijo:
- Cierto día el padre de Elvira le mandó que fuese a por telas para confeccionar nuevas ropas. Por el camino le llamó la atención un castillo y decidió colarse sin darse cuenta de que pertenecía a una Bestia. Cuando entró a una de las estancias se tropezó y rompió un jarrón valiosísimo. Bestia lo oyó y fue corriendo y cuando vio lo que había pasado le dijo:
 
-¿Por qué has roto mi jarrón?
- Lo siento, me tropecé.
- Un "lo siento" no me vale. ¿Tienes dinero para pagarlo?
- No, no tengo dinero.
- Entonces como pago te quedarás a vivir aquí para siempre.
- Vale... Pero antes, por favor, déjame avisar a mi padre.
- Me parece bien, pero tienes 24 horas para volver, si no, iré a buscarte y os atendréis a las consecuencias.
 
Elvira fue a casa y se lo contó a su padre, y después de un rato volvió al castillo.  Pasado un tiempo Elvira se dio cuenta de que Bestia no era malo y se enamoraron. El padre de Elvira no sabía que estaban enamorados y fue a rescatarla, y cuando la rescataron, Elvira se lo explicó a su padre y se casó con Bestia. Y vivieron felices a pesar de que a Bestia le quedaron secuelas de la paliza que recibió durante el rescate de Elvira.
 
- En cuanto a vos señor Conde Lucanor- concluyó Patronio- mi consejo es que no debes rescatarla, hasta aseguraros de que  está contra su voluntad 
de verdad.
 
El Conde pensó que Patronio tenía razón y que le había dado un buen consejo, así que lo siguió y le fue bien.
 
Y como a Don Juan le pareció que era un buen ejemplo, ordenó copiarlo en este libro e hizo unos versos que dicen:

Antes de actúar,

te debes de asegurar.

(Pablo Saiz Gallo, 3º ESO C)



CONSEJO  DESAFORTUNADO

Un día el conde Lucanor le dijo a Patronio, su consejero:

 -Patronio, me han propuesto firmar un acuerdo de negocios en un pueblo muy lejano, que me beneficiará mucho. Como no sabía el camino, un antiguo general, del que no me fío mucho, me informó sobre un itinerario. Si le hago caso, mi vida puede correr peligro, así que os ruego que me aconsejéis sobre si me conviene hacer caso al desconocido.

-Señor conde-dijo Patronio- para que hagáis lo que me parece más conveniente, querría contaros lo que le sucedió a cierta mujer que quería llegar a casa de su abuela y confió en un desconocido.

El conde preguntó qué le había pasado a aquella mujer, a lo que Patronio respondió:

- Señor conde, hubo una vez una mujer que iba a casa de su abuelita, para llevarle una cesta de pastas. A mitad del camino preguntó a un lobo cuál era el camino. El lobo la guio por el camino más largo, mientras que él fue por el camino más corto para llegar antes a casa de su indefensa abuelita, comérsela y suplantarla. Cuando la mujer llegó, no se dio cuenta de que el lobo estaba en casa de su abuelita, así que entró y fue devorada.

-En cuanto a vos, señor conde Lucanor -concluyó Patronio- aunque hacéis bien en ir hasta allí, os aconsejo que no aceptéis consejos de desconocidos ya que si los aceptáis podríais caer en una trampa.

Al conde Lucanor le pareció que aquel consejo era buenísimo, así que lo siguió y le fue bien.

Como don Juan entendió que este ejemplo era muy bueno, lo ordenó copiar en este libro e hizo estos versos:
Quien sigue el consejo de un desconocido
conseguirá su castigo merecido
 (Marco Rodríguez, 3º ESO C)